


























Aunque el fuerte aguacero que descargó a media tarde hizo temer lo peor, a las nueve de la noche los primeros integrantes que conformaban el cortejo comenzaron a bajar las verdillas, mientras en la explanada que precede a la ermita el numeroso público congregado esperaba expectante la salida de María Santísima de los Dolores y del Cristo de la Buena Muerte, que estuvieron acompañados una vez más por cientos de penitentes hasta la parroquia de la Asunción, templo desde el que retornarán a su ermita en la madrugada del Viernes Santo.
La Virgen, que lucía su manto de terciopelo negro de Lyon y un precioso exorno floral en tonalidades blancas a base de rosas, contó con el acompañamiento musical de la Banda de la Escuela Municipal de Música de Priego, mientras que el Cristo de la Buena Muerte volvió a cautivar con su belleza e impresionante dramatismo.
En el amplio cortejo y como novedad, destacaba el bordado de las bocinas que acompañaban al pendón de la cofradía, que desde la profunda revitalización que experimentó a finales de la década de los años sesenta del pasado siglo, sigue marcando una pauta y un estilo propio en la Semana Santa de Priego.
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